La eterna lucha contra los embalses y la agónica vida en los pueblos

Un pequeño municipio de la provincia de Huesca, entre las montañas prepirenaicas y el río Ebro, ha ganado recientemente una batalla muy importante que otros pueblos de la región aragonesa, o del resto del territorio peninsular, no han podido ganar desde hace varias décadas. El Tribunal Supremo ha decidido una sentencia histórica que, si bien es un arma de doble filo, por el momento tumba definitivamente el proyecto del pantano de Biscarrués, una infraestructura que hubiera cambiado de manera fulminante el ecosistema de la zona. Esta decisión supone un punto de inflexión, y una gran victoria de asociaciones ecologistas y los pueblos de la región, que han llevado adelante esta lucha contra el embalse desde hace años.

La España rural que solo se explota para el turismo y la agricultura intensiva

A la orilla del río Gállego, a medio camino de su desembocadura en el río Ebro en la ciudad de Zaragoza, este importante afluente va regando de vida el territorio aragonés a lo largo de sus riberas. Desgraciadamente, a una banda y a la otra de los argumentos que se han utilizado para defender o rechazar la construcción del pantano, existen intereses económicos contrapuestos que olvidan situar en el centro la vida humana y el bienestar medioambiental. Por un lado, pequeños empresarios del turismo rural se posicionan contra la construcción del embalse porque perjudicaría a sus economías hosteleras. Mientras tanto, la comunidad de regadíos de una comarca aragonesa más al sur solicitan defender los planes hidrográficos para la zona y regar sus campos con cultivos competitivos como el forraje para animales. Ambas caras de la misma moneda se encuentran en un punto común, el legítimo derecho a vivir en áreas no urbanas y a crear comunidades sorteando los límites impuestos por el sistema capitalista. Estos límites han reducido las actividades rurales a una producción a escala global con el evidente deterioro de lo local. Muchas familias viven de los servicios en zonas rurales, de vender un modelo de turismo de recreación a los ajetreados ciudadanos de las estresantes urbes. Otras familias viven de un cultivo impuesto desde la lógica del capital, y alejado completamente de una subsistencia ecológicamente sostenible.

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