Un futuro azul y justo es posible
Discurso de Maude Barlow de la International Conference on Water, Megacities and Global Change, en la sede de la UNESCO, Paris, el 1 de diciembre de 2015.
El desafío está claro. Casi todas las megaciudades del mundo en desarrollo están rodeadas de barrios marginales periurbanos, donde refugiados alimentarios y climáticos están llegando de forma incesante. Sin la posibilidad de acceso a sus fuentes tradicionales de agua, por estar éstas envenenadas, sobreexplotadas o con precios desorbitados, muchos deben pagar precios exorbitantes a traficantes locales de agua o conformarse con agua contaminada por sus propios desechos.
ONU-Hábitat alerta de que en 2030 más de la mitad de la población de los grandes centros urbanos vivirán en estos suburbios, y la Academia Nacional de las Ciencias de EE.UU. afirma que en 2050 más de un millón de estos habitantes de los suburbios solo tendrán acceso diario al agua necesaria para llenar una pequeña bañera.
Las ciudades más afectadas incluirán Pekín, Nueva Deli, Mumbai, Kolkata, Manila, Ciudad de México, Caracas, Lagos, Abidjan, Teheran y Johanesburgo. A día de hoy, el área del gran Sao Paulo, con una población de casi veinte millones de personas, se está quedando literalmente sin agua.
Está inminente crisis humana se refleja y se agrava por la crisis ecológica. El planeta se queda sin agua limpia. Estamos explotando nuestros ríos hasta matarlos, y muchos de los grandes ríos ya ni alcanzan el mar. Desde 1990, más de la mitad de los grandes ríos de China han desaparecido.
Además, estamos sobreexplotando las aguas subterráneas de forma incansable, de modo que los acuíferos no se están recargando. Utilizando nueva tecnología por satélite, la NASA constató que un tercio de los 37 principales acuíferos del planeta están siendo esquilmados. El Sistema Acuífero de Arabia, un recurso hídrico básico para sesenta millones de personas, es el más estresado del mundo. Otros acuíferos amenazados incluyen el Acuífero de la Cuenca del Indo, al noroeste de la India y Pakistán, y el acuífero del Valle Central en California.
Necesitamos medidas dramáticas para afrontar estas dos crisis del agua, la ecológica y la humana, que nos acechan a gran velocidad. Os planteo hoy tres datos tan duros que si no los afrontamos, no podremos resolver estas crisis con éxito.
En primer lugar, la crisis humana no puede ser resuelta sin afrontar la crisis ecológica. Y esto significa repensar nuestra comprensión sobre el cambio climático. El caos climático no es tan solo un resultado de unas emisiones de combustibles fósiles desenfrenadas. Tan sólo hemos identificado la mitad del problema.
Las principales masas de agua han sido destruidas por sobreexplotación y trasvases de agua, no por el cambio climático, como se suele afirmar. La destrucción de las cuencas de agua y los paisajes que retienen el agua está causando una rápida desertificación que, a su vez, calienta el planeta.
Arrasar los bosques, además, destroza los ciclos hidrológicos. La crisis de Sao Paulo no se debe a las emisiones de gases de efecto invernadero, sino a la destrucción del Amazonas, la bomba biótica que crea “ríos voladores” que llevan la lluvia a miles de kilómetros y actúa como un aire acondicionado enfriando la atmósfera. Los científicos dicen que la deforestación del Amazonas puede ser responsable parcial de sequías tan lejanas como las de California y Texas.
Y la solución al caos climático no está tan solo en reducir nuestro uso de combustibles fósiles, sino también en la protección y la restauración de las masas de agua, restaurando de este modo la salud de los ciclos locales del agua, la restauración del carbono para curar y regenerar el suelo, y la protección y reconstitución de los bosques. Proyectos increibles por todo el mundo están reverdeciendo desiertos, restaurando cuencas de agua y acuíferos y reconstruyendo la salud del suelo, creando por tanto biodiversidad para un planeta vivo.
En segundo lugar, el derecho humano al agua y al saneamiento y la protección de las personas más vulnerables debe estar en el centro de todas las iniciativas relacionadas con el agua.
Hace cinco años y medio, la Asamblea General de Naciones Unidas votó la adopción de una resolución garantizando los derechos humanos al agua y al saneamiento. Al hacerlo, la familia humana dio un paso adelante en la evolución. Nos dijimos que no es aceptable tener que ver morir a tu hijo por enfermedades transmitidas por el agua por el simple hecho de no poder permitirte comprar agua.
Estos nuevos derechos requieren a todos los gobiernos la obligación de presentar un plan para abastecer de agua limpia y saneamiento a sus ciudadanos, a evitar la destrucción de las fuentes locales de agua por parte de terceros, y a poner a los más vulnerables en el centro de la política del agua.
Esto implica que los gobiernos no deben permitir la destrucción de las fuentes de agua por parte de las empresas mineras. No deben permitir que millones de personas se vean desplazadas de sus tierras por acaparamientos de tierras por parte de empresas. Tienen que poner a la gente y a las comunidades por delante de los intereses económicos a la hora de distribuir el agua.
Y necesitan invertir en sistemas públicos de agua seguros y accesibles, y terminar con la interferencia entre el ánimo de lucro y el derecho humano al agua. Doscientas treinta y cinco ciudades de todo el mundo, incluyendo París, han terminado su aventura privatizadora y han devuelto los servicios municipales de agua al control público. Esto ha aportado fondos para luchar contra la contaminación y asegurar una distribución más justa del agua.
Aún más importante, el derecho humano al agua es un asunto de justicia, no de caridad. Necesita desafiar las actuales estructuras de poder que fomentan el acceso desigual a las amenazadas reservas de agua
Esto me lleva por tanto a mi tercer hecho, y este es que el modelo dominante de desarrollo seguido por la mayoría de nuestros líderes e instituciones internacionales no es tan solo una parte enorme del problema, es también un obstáculo para la solución.
Vivimos en un mundo que consagra el derecho inalienable a la acumulación de más y más propiedad privada y riqueza mediante un cada vez más desregulado mercado global. En este mundo, la brecha entre ricos y pobres aumenta de forma incesante, entre países y también dentro de cada país. El mes pasado se hizo oficial, el 1% ya posee el 50% de todo.
En este mundo millones de personas indígenas, pequeños y pequeñas campesinas se ven desplazadas por parte de inversores extranjeros en acaparamientos masivos de tierra y de agua. Muchos otros millones son desplazados para dejar paso a áreas de libre comercio, constructores, urbanización forzada, operaciones mineras a gran escala, megapresas o complejos turísticos. Con la desaparición de sus hogares, habitan en las favelas de pujantes ciudades.
En este mundo, los gobiernos inician políticas agresivas de privatización de los recursos hídricos para atraer capital extranjero. Con demasiada frecuencia estos gobiernos favorecen a poderes económicos frente a las comunidades para distribuir estos menguantes recursos, tomando de forma literal decisiones de vida o muerte para su gente.
En este mundo muchos gobiernos, tanto del norte como del sur, están además arrasando con sus legislaciones de protección del medio ambiente y del agua para satisfacer al capital global. Firman acuerdos de libre comercio e inversión como CETA, TTIP y TPP, que conceden a las empresas multinacionales el derecho a denunciar a los gobiernos por cualquier nueva medida de protección del agua o de los derechos humanos de su población, condenándonos así a los estándares más bajos posibles.
En este mundo el agua es considerada como un recurso para el desarrollo industrial, y no sólo vertemos aguas residuales, también desecamos las masas de agua para llevarla a donde más nos conviene. Un asesor del Presidente Roosevelt promovió la construcción de megapresas con el argumento de que la conquista de la naturaleza no sería completa hasta que las aguas “en, encima y debajo” de la superficie estuvieran totalmente bajo control humano.
No es una gran paso por lo tanto ver el agua como una mercancía que es vendida, acumulada y comercializada en el mercado libre. O utilizada para promover empresas privadas de agua y servicios en países pobres, como hacen el Banco Mundial, el Consejo Mundial del Agua y el Grupo de Recursos Hídricos 2030. O en de esquemas de comercio de contaminación del agua, que permite a los grandes contaminadores comprar su incumplimiento de la legalidad.
¿Cómo empezamos a hablar de la crisis del agua y las megaciudades? Con un examen crítico de éstas y otras políticas que favorecen a los mercados internacionales por encima de las vidas de la gente y la salud de los ecosistemas. Y confrontándonos con la tiranía del 1% con la creación de una justicia económica global.
Podemos empezar por una nueva ética del agua. Más que ver el agua como un recurso para el lucro, necesitamos entender que es el elemento esencial en todos los ecosistemas vivos. Todas las políticas y prácticas debe planearse con la conservación del agua en su centro. No solo tenemos que rechazar el modelo de los mercados para el futuro del agua, debemos ponernos al servicio de deshacer lo que hemos hecho a la naturaleza, y esperar que no sea demasiado tarde.
Las normativas de protección del medio ambiente en la actualidad no funcionan, ya que fueron diseñadas para no hacerlo. Consideran la naturaleza y el agua como nuestra propiedad. Necesitamos nuevas leyes universales que respeten la integridad de los ecosistemas y permitan también a otras especies cumplir su papel evolutivo en la Tierra.
¿Cómo sería la producción de alimentos si valoráramos el agua? Puedo garantizar que no sería un sistema industrializado que abusa de químicos, diseñado para cada exportar en cada vez mayores cantidades, sino que favorecería la agricultura local, ecológica y sostenible.
¿Nos atreveríamos a fracturar la tierra para obtener gas sabiendo que estamos destruyendo inmensas cantidades de aguas subterráneas o a mover petróleo sucio combinado con químicos sobre, bajo y alrededor de nuestros preciados cursos de agua?
¿Cómo serían los acuerdos comerciales si tuvieran que tener en cuenta los daños sobre el agua de la cada vez más implacable destrucción de las masas de agua para satisfacer la creciente demanda de los consumidores o los enormes cantidades de agua virtual que exportamos en forma de mercancías?
Podemos empezar aquí mismo, ¡en la COP21! El Parlamento Europeo ha adoptado en su postura oficial de negociación un sitio para proteger un acuerdo climático de los desafíos planteados por las multinacionales. Pero existe la preocupación que bajo las normas de los acuerdos de protección de inversiones (ISDS), las empresas extranjeras puedan demandar a los gobiernos que intenten introducir medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger las fuentes de agua si esto afecta a su negocio. Según Gus Van Harten, un académico canadiense en el ámbito del derecho, este hueco podría convertirse en un modelo para otros tratados ambientales y de derechos humanos en el mundo.
Concluyendo, ¿puedo soñar un poco? El distinguido antropólogo y escritor estadounidense David Harvey nos pide que repensemos las ciudades reafirmando nuestro derecho a cambiarlas de acuerdo a “los deseos de nuestro corazón”. Según él, treinta años de capitalismo de mercados y globalización económica, promoviendo la noción de la escasez, han creado ciudades segregadas en guetos, gente sin vivienda, una profunda desigualdad y desesperación.
Pero un nuevo derecho, el “Derecho a la Ciudad”, puede crear un nuevo bien común urbano, una esfera pública inclusiva de participación democrática activa y un retroceso de la incesante privatización de espacios públicos que hemos presenciado.
Imaginen una ciudad donde todos los que están en ella quieren estar allí, y no son gente desposeída de sus tierras y medios de vida. Imaginen cuidar nuestra agua gestionada vehementemente como un bien común, basándose en los principios de justicia y sostenibilidad. Imaginen un mundo en el que el agua se convierte en un regalo de la naturaleza que nos enseña a vivir en paz los unos con los otros y a vivir de forma más ligera en este precioso planeta.
Todo esto es posible. Un futuro azul y justo es posible.