2 de noviembre de 2024
Que el Mediterráneo era una bomba de relojería se sabía. Algunos lo veníamos advirtiendo tanto tiempo, y con tanta precisión, que es muy duro pensar en qué más podríamos haber dicho u hecho para evitar, al menos, una parte del enorme dolor que esta tragedia ha supuesto y va a suponer para las personas más afectadas.
Que la gestión y ordenación del territorio actual, basada en un mundo que ya no existe es un peligro público, se sabía. Lo que no se podía imaginar es la enorme cantidad de errores de prevención, aviso y coordinación posterior que, encima, íbamos a tener que padecer. Debe haber responsables, penales, incluso, de semejante tragedia.
Que hay una serie de urgencias que hay que atender prioritariamente en un evento así, también se sabe. Ahora mismo –a 2 de noviembre– hay aún lugares sin luz, sin agua, sin alimentos, pero con escombros y agua (y hasta cadáveres, humanos y no humanos) acumulándose junto a basura y productos químicos de muy variada índole en los bajos y garajes, con el peligro que supone esto para la salud pública y para la propia conservación de los cimientos de algunos edificios. Esto es en lo que hay que poner el foco inmediato.